Para tener un matrimonio exitoso, tenemos que comprometernos totalmente. Tenemos que aprender a dar en todos los sentidos. Las donaciones superficiales y los gestos simbólicos, simplemente, son insuficientes para enfrentar la plétora de desafíos que ofrece un matrimonio normal.
Un elemento necesario para aprender a dar con dicha totalidad es considerar nuestros matrimonios como un absoluto, a nuestras esposas como compañeras.
Muy frecuentemente, un matrimonio atraviesa períodos difíciles, y tanto el marido como la mujer comienzan a tener dudas en cuanto a su cónyuge. "Podría haber elegido a alguien mejor". "Me tendría que haber casado con éste o con aquél". Las personas se sienten decepcionadas por el cónyuge y por el shadján (el casamentero). Piensan, "¡me tendrían que haber avisado sobre este notorio defecto!" Esta predisposición a bajar los brazos sin esperanza pareciera tener dos orígenes culpables.
-El primero es la era en que vivimos. Esta es una generación de plástico y dado que tantas cosas de nuestra vida son descartables, ésto influye en la manera de ver el mundo. Como resultado, también vemos las relaciones, incluso el matrimonio, como algo descartable.
-La segunda razón por la que es probable que renunciemos a nuestros matrimonios demasiado rápidamente es porque nos cuesta reconocer que nuestro matrimonio es producto de Yahweh. Quedamos tan atrapados con los preparativos para la cita, el compromiso y el casamiento que empezamos a creer que nosotros estamos haciendo este matrimonio. Olvidamos que los matrimonios, en realidad, se hacen en el Shemayim/Cielo.
Cuando nos casamos, hemos encontrado a nuestra compañera espiritual. Aunque a veces parezca imposible, es con esta persona con la que somos capaces de lograr todo nuestro potencial. Después del matrimonio, nunca debe haber un elemento de duda.
La mayor alegría que puede experimentar una persona es la resolución de una duda. Quizás, ésta sea una de las razones más profundas por la cual uno siente tanta simja/alegría al casarse. Pues en el día en que una persona se casa, se resuelve una gran duda. La gran pregunta acerca de "¿quién es mi compañera espiritual?" se resuelve. Un hombre debe relacionarse con su mujer con la firme actitud de "tú eres mi compañera espiritual". Un hombre debe ver a su esposa como si fuera la única mujer del mundo.
Esto se expresa elocuentemente en una de las berajot/bendiciones que se da en el matrimonio. La simjá que uno siente al encontrar a la compañera espiritual se asemeja a la simjá que Adam HaRishón, el primer hombre, sintió al casarse. ¿Cuál es la semejanza? Tenemos que estar tan seguros como lo estuvo Adam HaRishón de que nos estamos casando con la mujer correcta. Así como Adam HaRishón se casó con la única mujer del mundo, un hombre tiene que verse a sí mismo como si se estuviera casando con la única mujer del mundo.
No obstante, existe la opción del divorcio. Cuando marido y mujer tienen una pelea, pueden tener la tentación de mencionar el divorcio como una forma de arreglar las cosas. Este es un terrible error, dado que cuestiona la permanencia de la relación. El divorcio se debe considerar sólo como ultimo recurso. El hecho de que marido y mujer sean compañeros espirituales significa que tienen el potencial para solucionar sus problemas. Son capaces de adaptarse a los defectos y a la idiosincrasia del otro. Esto sólo es posible, sin embargo, cuando hay una actitud de compromiso total y absoluto.
shalom a sus vidas.
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