AYUDA EN LA PAREJA
Por supuesto que los cónyuges deben aprender no solamente a evitar conflictos sino a ser uno para el otro el amigo más leal. Deben ser capaces de acercarse al otro con sus pensamientos, sus esperanzas y sus temores más íntimos, y estar seguros de encontrar en el cónyuge un oído atento y un corazón abierto .
Esto incluye compartir las debilidades y los defectos. Aunque muchas personas detestan descubrir sus aspectos menos atractivos ante los demás, y más aún ante su cónyuge, es justamente allí que la profundidad de la relación de pareja y su habilidad de comprenderse mutuamente se pone en manifiesto.
La ansiedad de compartir preocupaciones privadas y personales proviene generalmente de la inseguridad. Uno teme que la revelación honesta de hechos y sentimientos sea recibida con rechazo, falta de respeto o sea usada contra él en el futuro. Irónicamente ese miedo e inseguridad provienen justamente de un ego exagerado y de estar tan preocupado por la imagen que presenta, que no está dispuesto a hacerla peligrar mostrando debilidades o defectos. Su complejo de inferioridad es resultado de un profundo complejo de superioridad. Si no protegiera tanto a su ego, podría permitir que sucediese esa apertura que permite una verdadera intimidad entre cónyuges.
Esto es particularmente cierto en lo que atañe a las relaciones maritales: compartir inseguridades con el cónyuge refleja la profundidad de la relación. Cuando la gratificación sensual es la única base del lazo conyugal, toda manifestación de debilidad en la capacidad del cónyuge de satisfacer al otro pone en peligro toda la relación. El otro cónyuge probable y justificadamente se retraerá en lugar de apoyar y animar a su preocupado compañero.
Pero cuando esposo y esposa son buenos y fieles amigos no temen abrirse ante el otro; cada uno puede confiar, sabiendo que el otro aceptará y ofrecerá sus afectuosos consejos. En dicho contexto uno puede contemplar sus debilidades como desafíos de la Divina providencia, más que como amenazas a su propia imagen e integridad.
En realidad, la disfunción sexual no debe contemplarse como un defecto personal sino como una reflexión de la Divina providencia a la que hay que relacionarse teniendo esto en cuenta. La prueba máxima del hombre es no caer en la trampa de pensar que "Mi poder y la fuerza de mi mano han logrado esto" . Esto es cierto para todo don, incluyendo el desempeño sexual. Uno debe recordar siempre que "YAHWEH es Quien te da fuerza para hacerlo".
De hecho, la primera y única manifestación de Divina providencia manifiesta en la Torá aparece cuando la familia de Rebeca exclama respecto a su matrimonio con Yisaac: "De Yahweh ha salido esto" . Basándose en esto nos enseñan que la mayor revelación de la Divina providencia implica tanto encontrar al consorte prometido, como así también todos los aspectos subsecuentes del matrimonio y su realización, los hijos.
Por lo tanto no es una coincidencia que los patriarcas y las matriarcas, fueron casi todos infértiles durante largos años. En esa fase primaria de la psique yisraelita, Yahweh necesitaba enseñar a nuestros antepasados que el desempeño sexual es un don Divino, para que fuese heredado por su progenie. Él deseaba sus plegarias sinceras pidiendo por hijos, porque con cada plegaria alcanzaban nuevas profundidades de emunah/fe en su Creador y Su providencia.
A la luz de lo anterior, vemos que una pareja no debe temer discutir entre ellos los aspectos físicos de su vida de casados.
Esto no significa que las inhibiciones naturales de modestia y vergüenza deben ser totalmente eliminadas. Para estar seguro, si la vergüenza de uno proviene de su timidez, se trata entonces de otra manifestación del ego y puede resultar en diversos complejos sexuales. Este tipo de vergüenza es perjudicial y debe ser evitada.
Pero la vergüenza que proviene del temor de profanar lo sacro de la vida en general o las relaciones maritales con el consorte en particular, es sana y saludable. Al verbalizar una idea, uno está suponiendo que puede ser de hecho expresada totalmente, por lo tanto, al hablar de los aspectos de la vida más sublimes se corre el riesgo de suponer que carecen de una dimensión más elevada e inefable. Una pareja debe entonces esforzarse en sopesar las ventajas de la apertura y la candidez frente al riesgo de la perdida del misterio y la modestia que requiere.
Además uno debería evitar centrarse en las debilidades, especialmente cuando vienen de un lugar de amargura, para evitar obsesionarse con ellas.
La exagerada preocupación por los defectos delata la falta de fe en la benevolencia constante de Yahweh. Uno no debe olvidar nunca que "todo lo que hace el Todo misericordioso, lo hace para lo mejor", incluso si somos actualmente incapaces de ver el bien en el mal aparente. Si es capaz, uno debería esforzarse en mirar tan profundamente en el mal aparente a tal punto que pueda ver realmente el núcleo de bien escondido, para que pueda decir: "todo es efectivamente para mejor".
Por supuesto que los cónyuges deben aprender no solamente a evitar conflictos sino a ser uno para el otro el amigo más leal. Deben ser capaces de acercarse al otro con sus pensamientos, sus esperanzas y sus temores más íntimos, y estar seguros de encontrar en el cónyuge un oído atento y un corazón abierto .
Esto incluye compartir las debilidades y los defectos. Aunque muchas personas detestan descubrir sus aspectos menos atractivos ante los demás, y más aún ante su cónyuge, es justamente allí que la profundidad de la relación de pareja y su habilidad de comprenderse mutuamente se pone en manifiesto.
La ansiedad de compartir preocupaciones privadas y personales proviene generalmente de la inseguridad. Uno teme que la revelación honesta de hechos y sentimientos sea recibida con rechazo, falta de respeto o sea usada contra él en el futuro. Irónicamente ese miedo e inseguridad provienen justamente de un ego exagerado y de estar tan preocupado por la imagen que presenta, que no está dispuesto a hacerla peligrar mostrando debilidades o defectos. Su complejo de inferioridad es resultado de un profundo complejo de superioridad. Si no protegiera tanto a su ego, podría permitir que sucediese esa apertura que permite una verdadera intimidad entre cónyuges.
Esto es particularmente cierto en lo que atañe a las relaciones maritales: compartir inseguridades con el cónyuge refleja la profundidad de la relación. Cuando la gratificación sensual es la única base del lazo conyugal, toda manifestación de debilidad en la capacidad del cónyuge de satisfacer al otro pone en peligro toda la relación. El otro cónyuge probable y justificadamente se retraerá en lugar de apoyar y animar a su preocupado compañero.
Pero cuando esposo y esposa son buenos y fieles amigos no temen abrirse ante el otro; cada uno puede confiar, sabiendo que el otro aceptará y ofrecerá sus afectuosos consejos. En dicho contexto uno puede contemplar sus debilidades como desafíos de la Divina providencia, más que como amenazas a su propia imagen e integridad.
En realidad, la disfunción sexual no debe contemplarse como un defecto personal sino como una reflexión de la Divina providencia a la que hay que relacionarse teniendo esto en cuenta. La prueba máxima del hombre es no caer en la trampa de pensar que "Mi poder y la fuerza de mi mano han logrado esto" . Esto es cierto para todo don, incluyendo el desempeño sexual. Uno debe recordar siempre que "YAHWEH es Quien te da fuerza para hacerlo".
De hecho, la primera y única manifestación de Divina providencia manifiesta en la Torá aparece cuando la familia de Rebeca exclama respecto a su matrimonio con Yisaac: "De Yahweh ha salido esto" . Basándose en esto nos enseñan que la mayor revelación de la Divina providencia implica tanto encontrar al consorte prometido, como así también todos los aspectos subsecuentes del matrimonio y su realización, los hijos.
Por lo tanto no es una coincidencia que los patriarcas y las matriarcas, fueron casi todos infértiles durante largos años. En esa fase primaria de la psique yisraelita, Yahweh necesitaba enseñar a nuestros antepasados que el desempeño sexual es un don Divino, para que fuese heredado por su progenie. Él deseaba sus plegarias sinceras pidiendo por hijos, porque con cada plegaria alcanzaban nuevas profundidades de emunah/fe en su Creador y Su providencia.
A la luz de lo anterior, vemos que una pareja no debe temer discutir entre ellos los aspectos físicos de su vida de casados.
Esto no significa que las inhibiciones naturales de modestia y vergüenza deben ser totalmente eliminadas. Para estar seguro, si la vergüenza de uno proviene de su timidez, se trata entonces de otra manifestación del ego y puede resultar en diversos complejos sexuales. Este tipo de vergüenza es perjudicial y debe ser evitada.
Pero la vergüenza que proviene del temor de profanar lo sacro de la vida en general o las relaciones maritales con el consorte en particular, es sana y saludable. Al verbalizar una idea, uno está suponiendo que puede ser de hecho expresada totalmente, por lo tanto, al hablar de los aspectos de la vida más sublimes se corre el riesgo de suponer que carecen de una dimensión más elevada e inefable. Una pareja debe entonces esforzarse en sopesar las ventajas de la apertura y la candidez frente al riesgo de la perdida del misterio y la modestia que requiere.
Además uno debería evitar centrarse en las debilidades, especialmente cuando vienen de un lugar de amargura, para evitar obsesionarse con ellas.
La exagerada preocupación por los defectos delata la falta de fe en la benevolencia constante de Yahweh. Uno no debe olvidar nunca que "todo lo que hace el Todo misericordioso, lo hace para lo mejor", incluso si somos actualmente incapaces de ver el bien en el mal aparente. Si es capaz, uno debería esforzarse en mirar tan profundamente en el mal aparente a tal punto que pueda ver realmente el núcleo de bien escondido, para que pueda decir: "todo es efectivamente para mejor".
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